Por: Pilar Macchiavello para Alas to Win

Vamos sentadas, agarradas de mano, susurrando palabras de aliento, de fuerza, de ira. El vehículo en el que andamos se aleja de la cárcel, pero nuestros corazones quedaron allí, encerrados detrás de esos barrotes.
Ellos se mostraron fuertes, ni una palabra de queja, nada que reprochar por su arresto o el riesgo que corrieron por nosotras; pero verlos ahí sentados, golpeados y deshechos, ha sido más esclarecedor que mil palabras de aliento que puedan haber salido de sus bocas.
“Un cambio necesita suceder y pronto” digo por lo bajo.
Patria, se apoya sobre mi hombro y una lágrima corre por su mejilla. Ella en su papel de hermana mayor no se quiebra, pero en la oscuridad de este coche, nos permitimos un momento para ser mujeres, hermanas, madres, esposas.
María Teresa, sentada a mi derecha, mira por la ventana las plantaciones de caña de azúcar y apoya su mano en mi brazo. Aprieta con cariño: estoy aquí, me dice.
Ahora, no somos “Las Mariposas” del 14 de Junio, somos las hermanas Mirabal y si nos cortan, también sangramos. Sufrimos y lloramos.
Rufino maneja en silencio. Él nos permite este momento de quiebre y de humanidad. Un momento dónde nuestros sentimientos van por encima de la causa, sólo un momento dónde nos damos el espacio de estar triste por lo que hemos perdido y los sacrificios que hemos hecho.
De pronto, Rufino mira por el espejo retrovisor y un destello de miedo transfigura su cara. Otro vehículo nos está siguiendo con las luces apagadas. María Teresa se gira en el asiento y confirma lo que está sucediendo. Nos están forzando a detenernos, rodeándonos por la izquierda y empujándonos hacia el borde de la carretera.
“No pares” quiero decirle a Rufino, pero las palabras se me atoran en la garganta, porque no hay forma de que podamos ganar esta persecución con velocidad en el coche que andamos. Hay que detenernos y ver qué es lo que quieren. Nos bloquean el paso y se detienen frente a nosotros para cortarnos la salida.
Se bajan con armas y vestidos de uniformes militares, a los gritos para asustarnos. Logran su cometido ya que el miedo llega y nos da ese sentido de inmediatez, de perspectiva y convierte este momento en algo real, tangible y del cual no podemos escaparnos.
Ya hemos estado aquí, acorraladas, detenidas y las tres creemos que esto significa otra vez de regreso a la cárcel, pero en este caso, a quedarnos.Patria se baja con las manos levantadas, yo la sigo y María Teresa se agarra de mi mano para deslizarse sobre el asiento y salir por la puerta opuesta.
Ahí estamos paradas, las tres. Ya no somos mujeres, hermanas, madres y esposas. Somos “Las Mariposas” y somos revolucionarias. Uno pensaría que hubiéramos elegido un nombre más amenazador, pero yo creo que nuestro apodo es adecuado: ellos nos creen débiles pero nuestro carácter es de hierro y estamos resolutas a continuar el esfuerzo para terminar esta dictadura.
Nos empujan con la culata de sus armas hacia la plantación de azúcar a nuestra derecha y el miedo se convierte en terror. No nos han detenido para encerrarnos detrás de barrotes, sino para enterrarnos y callarnos para siempre.
Tendremos una vida corta, como las mariposas. Un destello en la historia de esta humanidad, pero será colorida, y significará algo para nuestro pueblo, de eso estoy segura.
Nuestra manos se convierten en sostén y lazos de apoyo. Las tres juntas somos fuerza única e indivisible.
Caminamos a tropiezos hasta que las matas de caña nos cubren y esconden de las luces de la carretera.
Sus golpes comienzan y no son suaves.
Son de rabia, de obligación, de papel y de piedra.
Los primeros son recibidos de pie, agarradas de manos; pero sus golpes no son para lastimar, son para matar.
Nos quebramos y caemos.
Nos soltamos de las manos y lloramos.
Nos tapamos la cara, el cuerpo y gritamos.
Nadie nos escucha. Es nuestro final.
Y pienso: “Si me matan, sacaré los brazos de la tumba y seré más fuerte” – Minerva Mirabal (Marzo 12, 1926 – Noviembre 25, 1960)