Elizabeth Cochran, «Nellie Bly»

Pilar Macchiavello, Diciembre, 2018.

Biografía novelada breve de Elizabeth Cochran, «Nellie Bly» (Mayo 5, 1864 – Enero 27, 1922).

Respira sobre mi rostro, mientras analiza mis ojos. Huelo su aliento a menta mezclado con tabaco, mientras él busca la mirada desorbitada de una lunática, y la encuentra. Las horas sin dormir y las prácticas frente al espejo hacen esta parte de su examen fácil de pretender.
Me ayuda la presencia de la enfermera que, al parecer, tiene historia con este médico y lo distrae de su trabajo. Él en una corta evaluación psicológica me diagnostica indudable y positivamente loca.
Ayuda mi cansancio, repetir frases sin sentido para desubicarlos, rascarme constantemente alguna parte del cuerpo, moverme sin cesar. Todos esto hace ruido externo y su experiencia le dice que así es como se comporta una demente, entonces la razón le dice que yo estoy demente.
En menos de dos horas me están trasladando al Asilo de mujeres lunáticas en la isla de Blackwell. Mi viaje recién empieza y espero estar preparada para esta tarea.
Es el proyecto más difícil que me he propuesto como periodista, pero no podía ignorar la cantidad de rumores que había sobre este hospital y es de mi interés poder llevarlos a la luz pública si son ciertos.
Me amarraron con sogas a una camilla para bajarme de la embarcación. Ellos me cargan como una inválida y yo aprovecho este momento para descansar, estimo que no voy a tener mucho tiempo para esto en los días por venir. Las puertas del asilo se abren y se cierran con nosotros adentro.
El sonido de los pliegues al juntarse me da escalofríos por la espalda y empiezo a sentir miedo.
Mis guardianes me quitan las amarras, me ayudan a pararme y me posicionan frente a la directora del lugar. Una mujer de rasgos duros y ojos fríos.
– Otra loca a la que tenemos que controlar – dice ella mientras me agarra del brazo y sin siquiera dirigirme la palabra me guía tras las puertas que separan la sala de entrada del Asilo con las instalaciones para las internadas. Aunque “instalaciones” es una palabra muy elaborada para lo que este lugar ofrece.
Me desvisten a la fuerza, me hablan con desprecio, me paran en medio del baño y me tiran agua fría para lavarme, pero el agua está tan sucia que contradice el propósito de este proceso.

«Mis dientes castañean y mis extremidades tienen carne de gallina y están azules por el frío. De repente, uno tras otro, tres cubos de agua sobre mi cabeza (también agua helada) en mis ojos, mis oídos, mi nariz y mi boca.»

Me dan una bata que solía ser blanca, con algunos agujeros, una manta raída y unas pantuflas que ya han pasado por tantos pies que pueden deshacerse en cualquier momento. Tengo las manos y los labios azules para cuando ellas terminan y me dirigen a un banco de madera, con el respaldo recto donde me sientan, me amarran cerca de otras pacientes y me dejan.
– Hasta la hora de la cena – me dice ella mientras se aleja, con una sonrisa cruel en sus labios.

«Mis dientes castañean y mis extremidades tienen carne de gallina y están azules por el frío. De repente, uno tras otro, tres cubos de agua sobre mi cabeza (también agua helada) en mis ojos, mis oídos, mi nariz y mi boca.»  

En todo lo ocurrido, en ningún momento se dirigieron hacia mí de manera directa. A sus ojos estoy loca y no están interesada en escuchar lo que yo tenga para decir al respecto.
Al cabo de algunas horas, estimo han pasado al menos dos, tengo las piernas y los pies entumecidos. La manta no logra brindarme calor y tengo la espalda adolorida de estar sentada tanto tiempo. No hay libros ni música para entretenernos. Estamos todas en este salón frío, algunas gritan erráticamente, otras tienen su mirada fija en algún punto, inamovibles.
De vez en cuando, una de las enfermeras regresa a los gritos, ofreciendo golpes a las que gritan, amenazándolas para que se callen. Sacude un bastón, y golpea sus piernas y sus brazos. Ellas no pueden ni quejarse del dolor porque significa otro golpe por su silencio.
Lagrimas corren por sus mejillas y en ese momento no están locas. Son mujeres sufriendo y las condiciones en las que las tienen me destroza las entrañas y confirma mi propósito.
El sol está cayendo cuando las enfermeras regresan y nos quitan las amarras. Nos empujan, cual ganado al matadero, al comedor común con el piso sucio y ratones caminando por nuestros pies.
Nos dan de comer una sopa aguada, tibia, que no ofrece nutrientes ni sensación de saciedad.
Algunas de las internas tienen la piel supurando con arrugas, otras los pies lastimados por el frío. Todas están bajas en peso y sucias. Esto recién empieza si pretendo hacer mi trabajo bien, pero no puedo entender

“¿qué, con excepción de la tortura, produciría locura más rápido que este tratamiento? Aquí hay toda clase de mujeres enviadas para ser curadas. Me gustaría que los médicos expertos que me condenaron, que han demostrado su capacidad, tomen a una mujer perfectamente sana y sorda, la hagan callar y la hagan sentar desde las 6 a.m. hasta las 8 p.m. en bancos de respaldo recto, no le permitan hablar o moverse durante estas horas, no le de leer y no le diga nada del mundo ni de sus actos, no le dén comida y la traten rudamente, y vean cuánto tiempo le llevará hacerla loca. Dos meses la convertirían en un desastre mental y físico.” – Elizabeth Cochran, «Nellie Bly»  

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